No sé su nombre científico, pero sé que existe y que está extendida entre todas las personas que conozco y que gestionan un negocio propio: la misteriosa enfermedad del empresario.
Justo el fin de semana antes de abrir la nueva página web de González Abogados y Asesores la volví a padecer. Después de haber pasado enero con la ya familiar sobrecarga del primer mes del año – algo propio y habitual de la época en la que se da por zanjado un año de actividad en cualquier PYME-, me quedé tiesa. Vamos, que no podía girar el cuello a derecha o izquierda, que no me podía prácticamente mover, porque el conjunto de mi espalda y cuello dijeron “¡Hasta aquí llegamos!”. Esto ocurrió en viernes, después de un intenso mes, de una larga semana y de un eterno día frente al ordenador, supervisando las tareas de mi equipo y asegurándome de que todos mis clientes cerrasen su año de manera óptima. En esta ocasión y tras intentar solventar mi problema de espalda con “métodos caseros” (algo de reposo, calor, algún antiinflamatorio), concluí el domingo que mis prácticas eran insuficientes e hice una visita a urgencias para tomar medidas más radicales. Y el lunes, casi como una rosa, estaba de nuevo en mi despacho, dispuesta, con fuerza y con ganas de atender a mis clientes.
Este capítulo de dos días y medio de duración, es tan solo un ejemplo de una de esas misteriosas enfermedades del empresario. Las hay en las que el dolor de espalda se sustituye por un gripón, o por una infección de estómago, o por jaquecas, o por una amigdalitis, o una bronquitis. Pero todas estas afecciones que tenemos los empresarios suelen tener una particularidad: su momento más agudo comienza en viernes y acaba, como muy tarde, a las siete de la mañana del lunes siguiente. Enfermedades de fin de semana de quienes sabemos que la responsabilidad que asumimos por nuestro negocio, por nuestros clientes y por las personas cuyos salarios dependen de nosotros, no da cabida a bajas.
En ocasiones oigo a gente hablar de este “particular fenómeno de la medicina” con cierta tristeza, resignación o frustración. Sin embargo, en mi caso, lo asumo como parte natural de lo que significa ser un/a empresario/a comprometido/a. Lo asumo con la certeza de que la libertad, el orgullo y la satisfacción que se sienten al tener un negocio propio no tienen precio. Evidentemente, todas las personas necesitamos tiempo y espacio para cuidarnos, para sanar nuestras enfermedades y para reunir la fuerza que nos hace falta para superar con alegría cada día -tanto en el negocio, como en casa, por supuesto-. Pero creo que a quienes nos aventuramos en el mundo de la emprendeduría y nos proponemos disfrutar del camino nos une algo especial: la mágica e inagotable capacidad de superar todos esos episodios de la “misteriosa enfermedad del empresario”. 😉