Se cumple un año desde que se declaró el estado de alarma, desde que el mundo tal y como lo conocíamos, se puso en jaque. Entonces, aquel 13 de marzo era difícil imaginar que la pandemia iba a estar entre nosotros, marcando las distancias, durante tanto tiempo. Han sido meses convulsos, cargados de incertidumbre para todos y en los que los empresarios y autónomos han tenido que hacer un importante esfuerzo a nivel económico y emocional para gestionar que sus proyectos no se fueran a pique. En este aniversario, que no es motivo de celebración, quiero compartir contigo mi balance, lo que hemos vivido, y cómo, en González Abogados y Asesores.
Si te acuerdas, aquellas primeras semanas, en las que parecía que nos habíamos metido en una película de ficción, los planes de futuro los podíamos hacer a quince días vista. Así fue como se cerró el país, los bares, restaurantes, tiendas y nos encerramos a esperar a que “alguien” pusiera fin a un enemigo invisible que se expandía por el planeta. Llegaron las clases online, nos dimos cuenta de la importancia de la digitalización y salimos a las ocho de la tarde, cada día puntuales, a aplaudir al balcón a todos los esenciales que, aun con el miedo en el cuerpo, siguieron al pie del cañón.
En el despacho las jornadas se volvieron interminables, manteniendo las distancias tuvimos que acortarlas para estar más cerca que nunca de nuestros clientes. La incertidumbre, con la que cada día nos tuteamos en el ámbito empresarial, se convirtió en un monstruo alimentado por medidas que se ponían en marcha de un día para otro, por órdenes que se contradecían, por procesos burocráticos largos y complicados a los que nos tuvimos que adaptar a marchas forzadas. Llegaron los ERTE en forma de salvación, pero con la prohibición de despidos en los siguientes seis meses, con retrasos en los pagos a los afectados y con la letra pequeña de que en la declaración de la Renta en 2021 tendrán a tal efecto dos pagadores, por lo que posiblemente, encima, toque a pagar.
Los ICO también llegaron envueltos en un aplauso que daba a las empresas una vía para sobrevivir durante un tiempo. Pero para poder devolverlos, hay que ingresar, y un año después, todo sigue siendo muy complicado y las cajas de los negocios no han vuelto a ver, en muchos casos, beneficios. Algunos ni siquiera han abierto sus puertas desde entonces.
Las subvenciones y ayudas han llegado a cuentagotas, con mucha letra pequeña, y ante la emoción inicial, cuando analizas todos los requerimientos para conseguirlas, solo unos pocos pueden beneficiarse de ellas, y en algunos casos, no son los que más las necesitan. Este tipo de cosas nos han sumido en una montaña rusa de ilusiones y desilusiones compartidas con nuestros clientes, con nuestros ya amigos.
Recuerdo ahora aquella medida tan aplaudida en la que nos anunciaron que se suspendía el cobro de los aplazamientos. Nos daba aire para respirar. La sorpresa fue que tras salir del confinamiento, sin tiempo para reponernos, cargaron de una sola vez todos los plazos sin opción de negociarlos. Para los que estaban ya heridos, aquello los mandó a la UCI.
Hemos vivido más atentos que nunca a los boletines oficiales, a las comparecencias públicas de los políticos que tenían en sus manos las decisiones, hemos buscado hasta la fórmula más recóndita de ayuda para que nuestros clientes pudiesen subsistir, para que sus sueños, los empleos que habían generado, no dieran al traste. En algunos casos siguen ahí, luchando, sacando la cabeza y tirando hacia delante cuando parece que son ellos el enemigo. En otros casos, hemos buscado juntos soluciones para darles una salida digna y que no tengan que estar endeudados de por vida por haber sido capaces, en un momento dado, de poner en marcha sus proyectos, arriesgar y generar riqueza en la comunidad. Es un precio muy alto para esas personas que con su trabajo y esfuerzo son los que hacen que avance nuestro país.
En este año hemos aprendido a vivir casi al día, a fluir, porque no nos ha quedado otra que adaptarlos a lo que había. Pero también, mientras, a hacer planes A, B y C para adelantarnos a los posibles escenarios que nos podíamos encontrar. Nos han corroborado que, por encima de las decisiones políticas, solo nos tenemos los unos a los otros. Hemos apoyado el comercio local, hemos valorado más que nunca esa sonrisa que con la mirada nos dedicaba un camarero en un bar, hemos descubierto que los verdaderos héroes llevan bata blanca, o el uniforme del supermercado, hemos comprobado que efectivamente, el autónomo, el pequeño empresario, está hecho de una pasta especial.
Ha sido un año agotador, de esos que valen por diez. Ahora, con las vacunas, parece que vemos la luz al final del túnel, pero seguimos sin saber cuánto tiempo pasará hasta que llegue el ansiado momento de que todo vuelva a la normalidad, pero no a la nueva, a la de antes. A esa que queremos volver aunque ya no seremos los mismos. Decían que volveremos más fuertes, y de corazón, no lo sé. De lo que estoy convencida o quiero estarlo, es que en este periodo, inmersos en esta locura de pandemia, estamos aprendiendo a valorar lo que realmente es importante y con lo único que se combate el miedo: el amor, el cariño y el respeto. Porque cuando todo se desmorona, cuando la incertidumbre nos abraza, saber que hay personas con las que puedes contar se convierte en un salvavidas gigante.
Hoy, 13 de marzo de 2021, escribiendo estas líneas, conteniéndome la rabia, el dolor y la impotencia que me han acompañado en muchos momentos durante estos meses, solo quiero pensar que cada día es un día más, que cuenta, y también un día menos para que todo esto se acabe. Porque todo pasa, lo bueno y lo malo, pero también la vida. Hoy, 13 de marzo de 2021, me quedo con eso, con que seguimos aquí, y mientras estemos vivos existen las oportunidades y hay lugar para la esperanza.
Minerva Santana
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